miércoles, 10 de mayo de 2017

Goethe en Dachau - Nico ROST




«Es el libro que más me ha gustado desde “El mundo de ayer”» Lo he dicho de golpe, sin pensar. Y tal vez no sea cierto: he leído a Goethe, a Stendhal, a Mann desde entonces. Pero sí es el que más me ha impresionado. Rost no quiere escribir un libro, no piensa en literatura mientras escribe. Piensa en vida, en sobrevivir. Y en mantener una vida digna frente a los carceleros nazis. En uno de los peores sitios que la humanidad haya sido capaz de concebir, él y otros hombres como él deciden organizarse para continuar teniendo vida cultural. Lo que para ellos significa seguir estando vivos. Lo hacen compartiendo conocimientos, montando clases en la que cada uno cuenta lo que sabe y los demás aprenden. Tres días antes del fin, cuando lo más probable era que fueran exterminados por orden de Himmler, Rost se queja: “hemos intentando continuar con el cursillo de Suire sobre Péguy, pero lo hemos tenido que dejar”. Lo hemos tenido que dejar, dice. Como para volver a quejarse de algo.





“La vieja Tierra todavía sigue ahí y el cielo aún sobre mí se arquea”, el libro se abre con un verso de Goethe. Toda la lectura del genio alemán recorre el libro, también la de Stendhal, las obras que pueden ir sacando de la biblioteca —Dachau tenía biblioteca— los papeles que “organizan” —roban— para escribir el diario, porque evidentemente está prohibido escribir diarios en campos de concentración, (y que un compañero cose en la funda de una almohada para sacarlos del campo si se produce la liberación). Porque creen que van a salir, que van a seguir trabajando, estudiando. La literatura entre la muerte, contra la muerte. La literatura para no pensar en los amigos que van muriendo y en los piojos que contagian el tifus y también te matan. Todo el relato mezcla magistralmente el debate intelectual y político con la cotidianeidad del horror. Escribo mientras oigo a Schubert, a Tchaikovsky, buscando la canción que tocaba un joven trompeta de la Ópera de Moscú, al que también fusilaron por ruso, por trompeta, por persona. Un texto terrible que te anima a leer a Goethe, que te anima a leer a Stendhal, a Reinhardt, Richter, Grosz. Porque Nico Rost se niega a que le venzan, a que lo dobleguen espiritualmente, a que lo dejen sin pensar, sin sentir empatía: oye un bombardeo y se lamenta por la población civil, entiende que hay una guerra y que hay que ganarla pero piensa en los civiles. No lo logran.






Y, claro, es un libro político, con un análisis del fascismo muy lúcido. (Todo en Nico Rost es sorprendente y bueno, dan ganas de abrazarlo en cada momento). Habla una y otra vez de las víctimas alemanas del fascismo, de lo valientes que fueron algunos de los presos que estuvieron trece años en Dachau y conocían mejor que nadie cómo sobrevivir y se jugaron la vida para proteger a los demás. Y, también, en el durísimo epílogo, cuenta cómo los presos boicotearon la construcción de las cámaras de gas y que allí no se gasearan prisioneros luego se utiliza para quitar horror al horror por las nuevas autoridades alemanas. (Hasta 1965 no se recupera como museo). No se gasearon por la resistencia, por los auténticos héroes que se jugaron la vida para defender a otros compañeros; da igual la nacionalidad, la religión: están los que boicotean cámaras de gas, los que roban papel para contar un diario y dejar constancia del horror y, enfrente, están los fascistas y los que le quitan importancia al fascismo. No conviene olvidarlo. Me niego a olvidarlo.




Nico Rost en la PRAGA


Una reseña de verdad aquí:


Y la web de Contraescritura:



Javier Ruiz, @sevennorth. Albolote, mayo 17.